26 de noviembre
Hoy volví a soñar que volaba. No fue como las veces anteriores. Esta vez logré llegar al campo, logré salir volando de la ciudad y llegaba a un pequeño lugar apartado de la civilización. Había apenas cinco casitas y no podía sentirse movimiento alguno. Aterricé y comenzaba a adentrarme en los alrededores cuando un pequeño gnomo me llamó: el gnomo me invitaba a soñar. Yo no pude entenderlo hasta que desperté.
4 de diciembre
Esta vez yo era un marinero, una tormenta se avecinaba y anochecía. Una voz me invitaba a su bote.
-¿A dónde quieres ir si estas completamente sólo?, ¿quién sostiene tu mano, quién te hace caer?
Había entrado en un desierto, mi barco se encontraba atascado en un mar de arena y yo no podía hacer algo por mí. “Ven a mi bote”, me decía aquella voz. ¿A dónde quería ir yo?, tan ilimitado el inmenso mar, tan frío; muy pronto el viento otoñal estaría consumiéndome, tal vez no sería tan mala idea ir con aquella voz.
Y ahí me encontraba, sólo, de pie junto al faro de mi barco. Tenía lágrimas en los ojos y la luz de la puesta de sol ahuyentaba hasta mi propia sombra. Como si el tiempo hubiese permanecido estático, sin importarle, había llegado el otoño. Había empezado a consumirme.
Necesitaba ayuda. No tenía a donde ir. La tormenta estaba por llegar y la noche empezaba a aparecer.
-Ven a mi bote, la nostalgia será nuestro capitán.
-¿Cómo puedo confiar en ti?-yo no entendía de donde venía aquella voz.
-Ven a mi bote, el mejor marinero solía ser yo.
El tiempo había permanecido completamente quieto. Todo se había conjugado ya en una tormenta de arena, ya no lograba ver, sólo escuchaba. Y ahora me encontraba de nuevo de pie frente al faro, las lagrimas escurrían por mi rostro y yo tenía frío, mucho frío.
“Ven a mi bote”, me volvió a decir aquella voz.
domingo, 11 de octubre de 2009
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