Es como aquel perrito que jugaba todo los dias a masticar las enredeaderas que rodeaban el vecindario. Con apenas tres meses de vida el pequeño perrito comenzaba a dar muestras de ser un ejemplar grande en tamaño. Todos los días podía verse aquella bola de pelos color miel escurrirse entre los arbustos; casi siempre con el hocico lleno de plantas, de varitas de madera; no parecia tener mayor ocupación que la de masticar cosas que encontraba en los jardines.
A decir verdad yo no sabía quién era el dueño de dicho perrito. Por las mañanas, cuando salía a correr, me llamaba la atención la devoción con la que el perrito se escabullia de un lado a otro para encontrar hojas cada vez más grandes de entre las ramas frondosas. Hojas de bla, hojas d ebla, un día lo ví con hojas de eucalipto, no supe de dónde las había sacado, en mi vida divisé eucalipto entre esos jardines, sin embargo, descubrí que las hojas de eucalipto, por su aroma pensé yo, eran sus favoritas para masticar.
Al medio día el perrito daba una tregua a su tarea diaria. Se acomodaba justo entre las sombras que proyectaban las esculturas de los dos feroces que coyotes que custodiaban la fuente del lugar. Acurrucado entre el cálido
continua continua...
lunes, 3 de agosto de 2009
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