sábado, 24 de abril de 2010

de... El día que me encontré en el parque

La frontera es tu imaginación, me encontraba despierto.

Ayer por la noche caminé. Un perro tirado a mitad de la banqueta, forma peculiar de dormir pensé; esa no fue mi sorpresa hasta que me acerqué un poco más. Los ojos perdidos, la boca media abierta y una cuerda amarrada a su cuello acusando el delito. Me detuve para grabar bien una fotografía, no parecía haber alguien cercano, no supe quién era el responsable ni mucho menos con qué fin lo había hecho.

Cuándo venía de regreso hacia mi casa pasé por el mismo lugar. Esperaba que se tratara de alguna alucinación, quería llegar a contar que había visto un perro abatido y que cuando volví ya no estaba, pero no sucedió así. El perro se mantuvo ahí, inerte. Pasé a un lado, no quería hacer ruido, no había necesidad de llamar la atención; quise ser serio y mantener la calma; sentí que algo detenía mi pie izquierdo, era él. Pero él no me dijo nada, no se movió ni susurró palabra alguna, era su cuerda la que sin explicación estaba enredada en mi zapato. Levanté el zapato y decidí volver a casa, lo medité toda la noche y al día siguiente encontré la respuesta.

Quise ir al medio día a la misma banqueta de la noche anterior. Existe un parque cuyo una de las tres entradas da directo a aquella banqueta. Pensé en entrar por ahí pero el cadáver ya no estaba. Entré al parque, dos niños se columpiaban; uno muy delgado, tenía una playera blanca y un pants azul. El otro era un poco más grande, quizás diez años, más corpulento; entre ellos no hablaban sólo se escuchaba el rechinar de los hierros.

Me senté cercano al área de juegos y prendí un cigarro. Meditaba lo que era mi vida, lo que sería de aquél perro y lo que será de esos dos niños. Qué curioso es el silencio, pensé, mientras se combinaba con los hierros en movimiento. De alguna forma me sentía tranquilo, no quería pensar hasta que llegó él, sin darme cuenta estaba a mi lado: ¿por qué fumas? Me preguntó, no lo sé, lo miré, es algo que me hace sentir bien, no entiendo por qué lo hago, le dije; debe ser algo absurdo, susurró. ¿De dónde eres? De aquí y de allá, no somos de ningún lado, contestó. ¿Y tu amigo? (preguntaba por el niño que parecía menor) Ahora viene, fue a traer algo.

Miré al otro lado y ahí estaba su amigo, traía una cuerda en la mano derecha. Él niño con el que platicaba se apartó mientras el otro llegaba, se acercó. ¿Qué haces con esa cuerda? La encontré, me gustó y la traje; ¿quién eres tú, qué hiciste? Le pregunté mientras lo miraba fijamente. Esa no es la pregunta, me dijo, la pregunta es ¿Qué haces tú y qué es lo que serás?, yo sólo tengo 9 años, me sonrió. ¿Tú lo mataste? Le dije, ¿matar qué? yo vengo llegando.

Tenía 10 años más que ese niño y no podía encontrar diferencia en nuestra actitud. ¿Sabes por qué los pájaros vuelan? me preguntó ansioso: sus alas los hacen poder ir a donde quieran, le respondí. ¿Y las estrellas?, ¿por qué las estrellas pueden volar?; las estrellas no sé si vuelen, le dije, las estrellas simplemente están ahí, cuando nacemos están ahí y cuando muramos es probable que ahí sigan, no sé si vuelen, sé que pueden brillar porque tienen un fuego interno, un fuego en su centro como tú o como yo. Hay estrellas que brillan pero no se ven, es como sucede con las personas, hay gente que puedes ver pero que nunca conocerás, las estrellas están, siempre brillan pero hay veces que no las ves, puede ser que brillen para alguien más en ese momento.

¿Y el mar?, ¿por qué el mar tiene olas?: son los azules heridos que caen del cielo, hay todo un universo que nunca conoceremos pero sabemos aguarda a que nosotros lo nombremos. El mar tiene olas porque es libre, vive exiliado de un paraíso terrenal sin embargo dentro de sus propias olas se entiende su libertad. ¿Y yo?, ¿yo podré ser libre alguna vez?, me miró con ilusión; eso depende de ti le dije, la frontera es tu imaginación, tu universo puede ser tan grande como tu mente lo quiera, no hay limites siempre y cuando te resistas a ser como los demás. Lo miré al terminar la frase. Me sentía a gusto platicando con un niño de 9 años. Los mares nos salpicarán de plata, proseguí, si te acercas a la orilla del mar verás que toda esa agua es una marea de posibilidades, solamente es necesario acercarte a la orilla para poder tomar un poco de la sabiduría del mar, no te quedes en la tierra, la tierra es buena pero existe el espacio.

¿Algún día seré cómo tú?, me miro intrigado, es probable, espero que no, le contesté. Tienes tantas preguntas que cuando llegues a esta edad enloquecerás como yo. Ojalá que cuando llegues a mi edad hayas descubierto lo que yo aún me sigo preguntando. No me recuerdo a la edad de 9 años pero la curiosidad que ahora tienes tradúcela en acciones, no esperes a encontrar a alguien como yo para preguntar, busca tus propias respuestas, explóralas y créalas, así es como serás libre. El niño se quedó callado y dio medio paso hacia atrás.

Yo no lo maté, me dijo. No dije que tú lo hayas hecho, quizás fui yo y no lo recuerdo, le contesté. Era un perro de la calle, es probable que estuviera cansado, ahora es un espacio más dentro de la atmósfera. EL espíritu es lo que te hace espacio, ahora que ya no hay espíritu se convierte en un espacio más. ¿Qué es la muerte?, me interrumpió; la muerte es nuestro límite, podemos ser todo menos muerte. No he conocido alguien que haya podido ser libre más haya de la muerte, ¿y qué hay más allá de la muerte?, no lo sé, todavía mi imaginación no logra llegar hasta ese lugar desconocido. Esa cuerda es un ejemplo de lo que hacen las manos del hombre: aprietan a los suyos, los asfixian. La muerte se puede justificar de muchas maneras, el perro de anoche ya no sufrirá, ya no tendrá que pararse en nuestra frontera terrenal, y ano podremos hacerle más daño.

No era la voz de mi mamá la que se escuchaba pero sabía que me llamaban a mí, volteó el niño y en seguida me dijo que debía irse. ¿Cuándo te encuentro?, le pregunté; no lo sé, contestó, yo ni siquiera he estado aquí, quizás mañana igual que como al perro a mi no me encontrarás en este lugar.

No sé si sea sano pero igual que como al perro asesinaré el recuerdo de ese niño. No buscaré volver porque sé que no lo encontraré. Mi vida es un instante y al igual que el niño seguiré preguntando a toda persona que me encuentre en mi camino, puede ser que en una de esas veces encuentre la respuesta adecuada.

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