domingo, 25 de abril de 2010

Sobre verdad y mentira...

El Niño que pensó que el mundo no era lo que fue.
En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, en una hora del día que jamás fue concebida por la naturaleza existió un poco famoso niño pintor al cual sus papás nunca le enseñaron lo que era arte. A los tres años de su prolongada vida el niño pintor había experimentado el placer de pintar; pintaba cosas borrosas, pintaba con acuarelas; se regocijaba de sus creaciones y en su ignorancia, seguía pintando sobre el mismo papel hasta destruir su obra, dando por seguro, que la siguiente obra que hiciera sería mejor que la anterior.
Para sus padres, este niño canalla, no era más que un destructor de papel: un derrochador de pintura. Llegaron los cinco y los seis años y el niño pintor a falta de su concepto de arte, no sabía qué hacer con cada obra terminada y en un ataque de locura artística continuaba destruyendo cada lienzo que concluía. Pintaba nubes rojas, arboles de metal y pájaros de fuego; hacía orgias de colores desbordantes; combinaba colores cálidos con colores de hielo, odiaba los cubos y por eso siempre pintaba círculos. Sus padres se veían alarmados por el inusual comportamiento de su hijo y es por eso que decidieron dejar continuar al niño pintor sin el concepto de arte.
Así pasaba cada tarde después de la escuela hasta esperar el ocaso y la hora de ir a dormir. A sus seis años el niño pintor había tomado el habito de mancharse las manos con pintura, de llenarse los cachetes y de limpiarse a punta de abrazos con el pobre perrito blanco que tenían, que ahora más bien, su pelaje ya era de un color purpura verdoso. Sucedió que sus papás habían olvidado el concepto de arte, no encontraban una palabra para catalogar lo que su hijo hacía cada tarde volviendo de la escuela; así fue que ante la negativa del niño pintor por querer aprender a leer en la escuela y sus bajas calificaciones, sus padres aprovecharon para castigarle prohibiéndole lo único que le importaba que era pintar.
Con nueve años cumplidos el niño pintor tenía problemas con su clase de lectura; sacaba malas calificaciones y hablaba poco cuando le preguntaban algo. No es que el niño pintor no supiera leer, es que simplemente no lo quería hacer; los cuentos del libro de cuarto grado no concordaban con lo que el niño pintor había experimentado en sus pinturas. En los libros de lectura existían osos de tres metros de altura, pájaros que cantaban el do re mi fa sol la si; sirenas pelirrojas que buscaban príncipes marineros, soles amarillos que calentaban una tierra fértil; el niño pintor leía cosas que no quería entender porque él carecía del concepto de arte. Para el niño pintor era inconcebible un oso pardo color café de tres metros porque el niño pintor en sus pinturas, lo había divisado con dos cabezas y de un tono carmesí bebiendo una soda en medio del desierto. Para el niño pintor no había límites en las palabras y era por eso que prefería pintar, porque para él no existían las sirenas submarinas, para el niño pintor una sirena era un pez que había decido un día vestirse con medio cuerpo de mujer. En una abstracción imaginativa, el niño pintor no correspondía con el pensamiento de su clase, ni al de sus padres ni al de nadie. A su poca edad prefería quedarse con un mundo propio creado en sus pinturas y enfocó su mundo hacia la posesión de lo que él podía crear en las pinceladas de sus obras de no arte.
Así fue como finalmente el niño pintor consiguió el permiso ó los medios para seguir llenando de colores los blancos inanimados de sus lienzos. Influenciado por los libros académicos el niño pintor se había llenado de cierta manera de los conceptos que no cuadraban con su pensamiento pero que por necesidad tuvo que absorber para ser aceptado en su cruel entorno. Comenzó a pintar colores, pintaba el Do de las aves, pintaba el chasquido de las ramas al romperse; pintó toda una oda del derretir de la nieve sobre el cielo. El niño pintor había conseguido poseer su realidad porque era palpable en sus pinturas, prefería no hablar y no leer porque al hablar sentía que la idea se escapaba, no había mayor banalidad en las creencias del niño pintor que hablar y catalogar la naturaleza sin poseer lo que pensaba.
Transcurrieron los años de escuela sin ninguna novedad, -salvo que su padre había muerto apenas el niño pintor había entrado a la universidad- llegó la adolescencia del niño pintor (que está claro que ya no es un niño pero por comodidad lo seguiremos nombrando así) y éste continuaba en esa lucha interna por poseer lo que se piensa y por no encajar en los grupos donde debía desenvolverse. Sucedió pues, que nuestro niño pintor se enamoró. Cada mañana la veía paseando por la plaza escolar y sabía él, ella era la verdadera razón por la que seguía estudiando. Para el niño pintor estaba claro que nunca había existido empatía con el estudio de las ciencias ni de ninguna otra cosa, por lo que en éste momento nos referimos, no había mayor deleite para él que mirarla a lo lejos con su cabello largo y su mirada estrechamente lejana. Demasiado tímido y poco lúcido en las relaciones interpersonales, al niño pintor no le quedaba más remedio que por las noches vanagloriarse en sus papeles pintando a su amada con cabello que arrastraba hasta sus pies y con un color verde magnífico como el de aquel moho que crece en los pantanos. Cada noche el niño pintor llevaba al éxtasis sus delirios y la pintaba en medio de los huracanes más salvajes; creaba oleajes de lava purpura que cubrían el cuerpo de su amada hasta dejarla desnuda. Pasaba horas sin sueño y sin cualquier otro interés fisiológico, bastaba con recordarla un poco, para que el niño pintor se sumergiera en las alturas de la posesión de su amada que ahora en sus obras y en su realidad, la había hecho prisionera.
Fue tanta la abstracción del deseo de un mundo propio, único e irrepetible, que el niño pintor había logrado deshacer todas las metáforas que daban por verdades de aquel mundo primitivo al que nunca se había adaptado. Para el niño pintor el camello ya no era camello por el hecho de nombrarlo, el camello de ahora en adelante sólo existiría si lograba poseerlo en la imagen de su pintura. Llegó el punto al que nuestro niño pintor perdió la conciencia de sí mismo para convertirse en el creador de lo que él consideraba realidad; entonces ahora el niño pintor poseía entre sus obras a los más grandes halcones inanimados y a los más diminutos dragones, que en sus obras, eran mascotas de su amada.
Sin otro fin que el de concebir lo que le dictaba su imaginación el niño pintor había abandonado todo interés que le impidiera estar junto a su enamorada en una cálida pintura. Entonces aconteció que embelesado por la estrechamente lejana mirada de ella, el niño pintor decidió darle movimiento a sus pinturas; decidió que ahora el oleaje que había pintado del cielo tomaría movimiento para derramarse sobre los tres soles que existían en el planeta que había pincelado. Ahora bien, el niño pintor había sobrepasado el mal enseñado concepto de –estático- el cual le decía que ninguna foto o dibujo era posible que tuviera movimiento. Cabe destacar que tampoco en la escuela tuvo la instrucción de lo que era arte por lo que el niño pintor siempre padeció la carencia de concepto artístico en sus figuras.
Cuan fantástico le resultó la decisión al niño pintor, que ahora en sus pinturas en movimiento no existían las letras ni las palabras. Había logrado reunir entre sus lienzos a su única princesa amada y los más grandes objetos que jamás divisó en otra parte. Sin palabras, sin letras y sin diccionarios que conceptualizaran sus obras, ahora nuestro niño pintor era el creador de reuniones espaciales en donde el único rey y dueño era él y su amada. Cada nuevo día el niño pintor le pintaba a su amada una cascada ascendente que la llevaba a los mares rojos donde al sumergir su cuerpo salía pintada de un dorado deslumbrante pero capaz de ser mirado fijamente. Sin sonido y sin otra cosa que no fueran oleajes de colores nuestro niño pintor no podía ser más dichoso que pintar para su amada princesa cromática.
Pasaron los años y el niño pintor envejeció entreteniendo con pastas coloridas a su doncella. Empezó a notar que su amada ya no era feliz dentro de su pintura, la notaba deslavada y con matices lúgubres que le transmitían hartazgo y hostilidad. Durante mucho tiempo el niño pintor la había hecho volar por sus mares; le había regalado islas en el espacio; hizo resbaladillas en los cráteres de la luna solamente para que ella se divirtiera. Mayor esfuerzo en la humanidad por conservar la aprobación de un ser amado jamás existió. El niño pintor le enseñó el infierno, le permitió a su amada contemplar a Dios, jugaron entre los pastizales tropicales rodeados de larvas gigantes para darle más emoción. El niño pintor agotó sus recursos para pintar el más maravilloso castillo sobre un árbol de fuego que ninguna princesa pudo haber soñado antes: le dio todo lo que su imaginación pudo concebir pero luego de tantos años, ella parecía haber llegado al límite de la saturación.
Aconteció entonces que al verse reflejado en uno de los lagos dorados de su creación, el niño pintor descubrió que ya era demasiado débil para intentar seguir haciendo feliz a su princesa. Sus brochas al fin se habían desgastado y él ahora era incapaz de levantarlas para siquiera regalarle una nueva luna a la dueña de su existencia. Incapaz de contener el movimiento de su pintura, los tres soles comenzaron a marchitar a su dulce amada. Uno a uno cayó cada grano de arena con la que el niño pintor la había concebido. Su vestido cayó en girones y se convirtió en aves que escaparon a su refugió solar. Impotente por no poder ni siquiera pintar sus propias lagrimas el niño pintor comprendió que había llegado el punto cúspide y más artístico de toda su vida. La arena de las manos de su amada fue arrastrada por los salvajes vientos morados que existían; los tres soles cayeron para ceder a la morada noche que sucedía y se abrió el cielo para derramar la tormenta más abultada en matices oscuros que jamás existió para finalmente derramarse sobre el niño pintor que había decido volver a hacer estática su obra; encadenándose así a la obra más artística de la humanidad cuya única firma fue la muerte del niño pintor derramando su sangre verde carmesí más allá del lienzo de su pintura, que aún después de muerto amenazaba con limitarlo; y regalándonos al fin, la única obra de arte que pudo concebir nuestro amado y poco famoso niño pintor.

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